Los primeros avances en la implantología oral fueron paulatinos, pero fundamentales para que el sector dental sea, a día de hoy, uno de los más avanzados.  

A partir de la Edad Moderna, los implantes dejaron de concebirse como un elemento puramente estético y empezó a verse su potencial funcional, algo que alcanzó su cúspide con el descubrimiento de la osteointegración. 

Hoy, hacemos un repaso de la historia de la implantología oral desde los inicios de la Edad Moderna hasta la actualidad.  

La implantología oral en la Edad Moderna 

Durante la Edad Moderna, y gracias a la invención de la imprenta en el siglo XV, empezaron a divulgarse estudios y escritos sobre las prácticas y conocimientos implantológicos adquiridos hasta el momento.  

Estos escritos estaban, en su mayoría, protagonizados por los intentos de reemplazar piezas dentales con elementos ya existentes en la naturaleza, lo cual tuvo su epicentro en Francia, desde donde se extendió su influencia hasta alcanzar al resto de Europa y América del Norte. 

Una de las prótesis dentales más famosas de esta etapa perteneció a George Washington. Cuando se convirtió en presidente en 1789, solo tenía un diente, algo que disimulaba con una prótesis compuesta por dientes de hipopótamo, marfil y dientes humanos. 

De la recolección de dientes de los más desfavorecidos hasta la experimentación con nuevos materiales 

Durante el s. XVI todavía era muy común recolectar dientes de personas desfavorecidas o cadáveres para trasplantarlos a otros pacientes con mayor poder adquisitivo, algo que empezó a cambiar a partir del siglo XVIII.  

El detonante fue observar que, tras implantar una pieza dental en la cresta de un gallo, esta no solo se incrustaba con firmeza en la cresta, sino que los vasos sanguíneos se vinculaban con la pulpa del diente. Esto instigó la curiosidad de los doctores, que empezaron a mirar el trasplante de dientes desde una perspectiva más largoplacista. 

A partir de ese momento, y hasta el siglo XVIII, se experimentó con todo tipo de materiales para su uso en la sustitución de piezas dentales, como cápsulas de plata, porcelana corrugada, tubos de iridio o pastas minerales. Con estas últimas, Nicolas Dubois de Chémant fabricó las primeras prótesis de porcelana documentadas.  

Los primeros dientes de porcelana se sujetaban a bases de oro o plata con un clavo, pero debido a su alto coste, se buscaron alternativas que desembocaron en que, a finales del siglo XIX, se inventase el caucho vulcanizado, que se convertiría en el material más importante de las bases de las prótesis hasta la llegada de las resinas acrílicas en el siglo XX. 

La implantología oral en la Edad Contemporánea 

Durante los siglos XIX y XX, la trasplantación dental sufrió su declive definitivo por dos razones: se tomó conciencia de que extraer un diente a un pobre para implantarlo en un rico no era del todo moral y, además, se comprobó que era una práctica tremendamente infecciosa. 

Como resultado, empezaron a buscarse alternativas a los dientes naturales, lo que inició una nueva fase en la implantología dental que tuvo su punto de inflexión con el descubrimiento accidental de la osteointegración. 

Nuevos implantes y materiales

Para dar con el material perfecto para implantes y prótesis, los dentistas de la época comenzaron a experimentar con distintas técnicas y materiales, imitando los procedimientos llevados a cabo por el resto cirujanos para resolver fracturas en otras partes del cuerpo. 

  • Maggiolo introdujo por primera vez, en 1809, un implante de oro en el alvéolo de un diente recién extraído.  
  • Harris, en 1887, implantó una raíz de platino revestida de plomo en un alvéolo creado artificialmente.  
  • En 1901, R. Payne implantó una cápsula de plata. 
  • E.J. Greenfield utilizó, en 1910, un cilindro de iridio y oro de 24 quilates, que introdujo como raíz artificial en la incisión reciente de la mandíbula de un paciente.  
  • En 1937, Venable y los Strock publicaron su estudio sobre el tratamiento de fracturas con prótesis e implantes elaborados con Vitallium, aleación de cromo-cobalto.  

El tornillo de Vitallium proporcionó anclaje y soporte en procesos implantológicos, e hizo que los hermanos Strock fueran reconocidos por la utilización de un metal biocompatible en el reemplazo de una pieza dental.  

La odontología supo aprovechar todos estos acontecimientos, y ese mismo año surgieron las dos escuelas clásicas: la Subperióstica de Dahl y la Intraósea de Strock, aunque el verdadero precursor de esta última fue el italiano Formiggini, diseñador del implante intraóseo en espiral de acero inoxidable que permitía que el hueso creciera hacia el metal. 

Los primeros implantes exitosos documentados eran de metales nobles (Vitallium, Tantalio y Titanio) e intentaban recrear raíces naturales que luego pudieran anclarse en prótesis transmucosas. 

Dahl no pudo desarrollar sus trabajos por prohibición de las autoridades sanitarias suecas, y fueron sus pupilos estadounidenses Gerschkoffr y Goldberg quienes publicaron, en 1948, los resultados conseguidos con sus implantes subperiósticos de Vitalium.  

Durante la década de los 50, se implementaron varias mejoras en cuanto al diseño de los implantes: Lew, Bausch y Berman mejoraron el diseño del implante subperióstico, y los orificios para los tornillos se ubicaron en las áreas donde el hueso tenía mayor resistencia y grosor. 

Las bases científicas de la implantología oral empiezan a asentarse

No es hasta los años 60 cuando la implantología se distancia de la mera experimentación clínica para basarse en protocolos científicos comprobados, algo que pudo hacerse gracias al descubrimiento del Dr. Brånemark y sus colaboradores: la osteointegración. 

Brånemark se encontraba estudiando la microcirculación del hueso y los problemas de cicatrización de heridas cuando, por accidente, descubrió que la cámara de titanio que había introducido en la tibia de un conejo se había adherido al hueso. Este descubrimiento, aplicado a los huesos de la boca, implicó un antes y un después para la implantología: gracias a su alta biocompatibilidad, el titanio se posicionó como el mejor material para reemplazar artificialmente las raíces dentarias de las piezas ausentes. 

Tras varios estudios eficaces con animales desdentados, Brånemark presentó, en 1982, las conclusiones que sirvieron de base para elaborar un protocolo de actuación para procesos de implantología oral, y así se inició la era de la implantología moderna. 

España y la implantología oral moderna

Los doctores españoles tuvieron un gran impacto en el desarrollo y evolución de la implantología oral. 

  • En 1940 se publicaron los apuntes de Trobo Hermosa, donde se recogían sus descubrimientos científicos, así como las colaboraciones que realizó en las revistas Prótesis y El protésico dental, de las que también era director. 
  • En 1956, Salagaray puso sus primeros implantes yuxtaóseos, y un año después modificó el diseño de los intraóseos, dando con el implante prismático hueco. Dos años después fundó una de las sociedades de implantología más antiguas, y en 1967 escribió la primera obra española sobre implantología «Conceptos fundamentales de endoimplantología». 
  • También durante los años 50, Vallespín realizó modificaciones en la técnica de implantes subperiósticos e introdujo novedosos conceptos y técnicas implantológicas. 
  • Durante los 60 destacaron doctores como Santino Surós (quien diseñó un implante plano intraóseo), Cosme Salomó (desarrolló un implante endoóseo de esfera) e Irigoyen y Borrell (desarrollaron el implante universal en profundidad de acero inoxidable). 

Los incesantes cambios e innovaciones han permitido alcanzar un alto nivel no solo en tratamientos y técnicas implantológicas, sino también en el diseño de implantes, aditamentos y las diferentes herramientas y complementos que transforman el tratamiento implantológico en un proceso cómodo, ágil, predecible y a la altura de las exigencias de pacientes y profesionales.  

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