Los primeros avances en la implantología oral fueron paulatinos, pero fundamentales para que el sector dental sea, a día de hoy, uno de los más avanzados.
A partir de la Edad Moderna, los implantes dejaron de concebirse como un elemento puramente estético y empezó a verse su potencial funcional, algo que alcanzó su cúspide con el descubrimiento de la osteointegración.
Hoy, hacemos un repaso de la historia de la implantología oral desde los inicios de la Edad Moderna hasta la actualidad.
La implantología oral en la Edad Moderna
Durante la Edad Moderna, y gracias a la invención de la imprenta en el siglo XV, empezaron a divulgarse estudios y escritos sobre las prácticas y conocimientos implantológicos adquiridos hasta el momento.
Estos escritos estaban, en su mayoría, protagonizados por los intentos de reemplazar piezas dentales con elementos ya existentes en la naturaleza, lo cual tuvo su epicentro en Francia, desde donde se extendió su influencia hasta alcanzar al resto de Europa y América del Norte.
De la recolección de dientes de los más desfavorecidos hasta la experimentación con nuevos materiales
Durante el s. XVI todavía era muy común recolectar dientes de personas desfavorecidas o cadáveres para trasplantarlos a otros pacientes con mayor poder adquisitivo, algo que empezó a cambiar a partir del siglo XVIII.
El detonante fue observar que, tras implantar una pieza dental en la cresta de un gallo, esta no solo se incrustaba con firmeza en la cresta, sino que los vasos sanguíneos se vinculaban con la pulpa del diente. Esto instigó la curiosidad de los doctores, que empezaron a mirar el trasplante de dientes desde una perspectiva más largoplacista.
A partir de ese momento, y hasta el siglo XVIII, se experimentó con todo tipo de materiales para su uso en la sustitución de piezas dentales, como cápsulas de plata, porcelana corrugada, tubos de iridio o pastas minerales. Con estas últimas, Nicolas Dubois de Chémant fabricó las primeras prótesis de porcelana documentadas.
La implantología oral en la Edad Contemporánea
Durante los siglos XIX y XX, la trasplantación dental sufrió su declive definitivo por dos razones: se tomó conciencia de que extraer un diente a un pobre para implantarlo en un rico no era del todo moral y, además, se comprobó que era una práctica tremendamente infecciosa.
Como resultado, empezaron a buscarse alternativas a los dientes naturales, lo que inició una nueva fase en la implantología dental que tuvo su punto de inflexión con el descubrimiento accidental de la osteointegración.
Nuevos implantes y materiales
Para dar con el material perfecto para implantes y prótesis, los dentistas de la época comenzaron a experimentar con distintas técnicas y materiales, imitando los procedimientos llevados a cabo por el resto cirujanos para resolver fracturas en otras partes del cuerpo.
- Maggiolo introdujo por primera vez, en 1809, un implante de oro en el alvéolo de un diente recién extraído.
- Harris, en 1887, implantó una raíz de platino revestida de plomo en un alvéolo creado artificialmente.
- En 1901, R. Payne implantó una cápsula de plata.
- E.J. Greenfield utilizó, en 1910, un cilindro de iridio y oro de 24 quilates, que introdujo como raíz artificial en la incisión reciente de la mandíbula de un paciente.
- En 1937, Venable y los Strock publicaron su estudio sobre el tratamiento de fracturas con prótesis e implantes elaborados con Vitallium, aleación de cromo-cobalto.
La odontología supo aprovechar todos estos acontecimientos, y ese mismo año surgieron las dos escuelas clásicas: la Subperióstica de Dahl y la Intraósea de Strock, aunque el verdadero precursor de esta última fue el italiano Formiggini, diseñador del implante intraóseo en espiral de acero inoxidable que permitía que el hueso creciera hacia el metal.
Dahl no pudo desarrollar sus trabajos por prohibición de las autoridades sanitarias suecas, y fueron sus pupilos estadounidenses Gerschkoffr y Goldberg quienes publicaron, en 1948, los resultados conseguidos con sus implantes subperiósticos de Vitalium.
Durante la década de los 50, se implementaron varias mejoras en cuanto al diseño de los implantes: Lew, Bausch y Berman mejoraron el diseño del implante subperióstico, y los orificios para los tornillos se ubicaron en las áreas donde el hueso tenía mayor resistencia y grosor.
Las bases científicas de la implantología oral empiezan a asentarse
No es hasta los años 60 cuando la implantología se distancia de la mera experimentación clínica para basarse en protocolos científicos comprobados, algo que pudo hacerse gracias al descubrimiento del Dr. Brånemark y sus colaboradores: la osteointegración.
Brånemark se encontraba estudiando la microcirculación del hueso y los problemas de cicatrización de heridas cuando, por accidente, descubrió que la cámara de titanio que había introducido en la tibia de un conejo se había adherido al hueso. Este descubrimiento, aplicado a los huesos de la boca, implicó un antes y un después para la implantología: gracias a su alta biocompatibilidad, el titanio se posicionó como el mejor material para reemplazar artificialmente las raíces dentarias de las piezas ausentes.
Tras varios estudios eficaces con animales desdentados, Brånemark presentó, en 1982, las conclusiones que sirvieron de base para elaborar un protocolo de actuación para procesos de implantología oral, y así se inició la era de la implantología moderna.
Los incesantes cambios e innovaciones han permitido alcanzar un alto nivel no solo en tratamientos y técnicas implantológicas, sino también en el diseño de implantes, aditamentos y las diferentes herramientas y complementos que transforman el tratamiento implantológico en un proceso cómodo, ágil, predecible y a la altura de las exigencias de pacientes y profesionales.